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Tormenta Isaac

Tormenta Isaac

A simple vista, Isaac Sullivan parecía un hombre normal, con sus mañas y rarezas como cualquiera. Corpulento, siempre de saco y camisa abierta, cadena al cuello y un diente de oro que relucía entre sus gestos amables. Pelo cenizo, piel morena, ojos como granos de café, oscuros y secos. Saludaba a todos con un "buenos días" sin falta. Quienes no lo conocían, le decían Sr. Sullivan. Los que sí, lo llamaban Tormenta… Tormenta Isaac. (Aquí debería caer un rayo, pero el sol arde espléndido en lo alto).

Sus mejores años fueron por allá en el 75. Llegaba al gimnasio en su Malibú blanco con Juancito Trucupey rugiendo por las cornetas. Camisa de flores, pantalón caqui, mocasines, sombrero bombín ladeado y unos Ray-Ban de aviador. Isaac era fuerte. Muy fuerte. Se decía que solo comía carne cruda, caraotas y arepas viuditas. Su mandíbula rechinante aguantaba bofetadas con candado. Su cuerpo ignoraba el castigo. Rara vez conservaba una marca. Y sus golpes, rápidos como rayos, hacían estallar a sus oponentes en sudor y sangre. Por eso "Tormenta". Por eso fue cinco veces campeón. Del 75 al 78, el Consejo Mundial de Boxeo conoció una temporada de huracanes.

Pero desde "el incidente", el Sr. Sullivan no quiso saber más de cuadriláteros. Pasaron años hasta que volvió a ver la luz del sol. Regó el jardín de su casa amarilla, fue a misa, hizo mercado, se sentó a leer el periódico en la plaza. Y, sobre todo, volvió a los bares. Si en el ring se ganó el apodo de Tormenta, en los bares lo reafirmó. Primero el vodka, luego el ron, finalmente el aguardiente y el anís. Esta nueva tormenta arrasó su casa, su familia, su hígado y buena parte de su memoria. Aunque quizás ya los golpes del pasado le habían dejado tocado.

Vive solo desde hace 37 años, en un barrio humilde. En la esquina hay un bar. Allí se libran sus nuevos combates. El que llega es el Sr. Sullivan; el que sale es Tormenta. Golpes, gritos, caídas, mendicidad, desmemoria. Nadie lo espera al volver. No hay un hombro donde apoyar su chata nariz. De sus antiguos compañeros —con quienes compartió tantos coñazos francos—, no ha vuelto a saber. (Aquí debería llover, pero el sol insiste en brillar).

Con motivo del 49º aniversario del CMB, se organizó un pequeño homenaje para antiguos campeones. Isaac no creía lo que veía en la televisión de la panadería mientras tomaba café. Ahí estaban los nombres: el Kid Méndez (al que dejó tartamudo con un TKO en el segundo asalto), el Magnífico Peñaloza (retirado del boxeo y de la vida pública por el estado de su rostro), Dinamita Durán (que ahora tiene dos amigos imaginarios y un loro invisible), el Temible Chacón (hoy cienciólogo). Todos víctimas de la Tormenta. Todos homenajeados. Todos, menos él.

El acto, realizado en el Bar Florida, fue modesto. Asistieron los homenajeados y algunos directivos. En medio de las risas y las historias infladas por el tiempo, nadie notó al hombre tambaleante en la entrada. Borracho. Con guantes rojiblancos puestos. Cuando los policías lo detuvieron, gritaba que partiría caras, que acabaría con ese aquelarre. Lanzó un directo, pero sus golpes ya no eran tormentas: eran nostalgia. El policía lo redujo sin ayuda.

Adentro, lo esperaban hasta última hora. Una secretaria se llevó la placa —la más grande de todas— destinada al mejor de su generación. Dinamita, comiéndose cuatro tequeños para él, sus amigos y su loro, comentó:

—A mí me dijeron que Tormentica anda perdido en la bebida. Difícilmente creo que venga... ¿Verdad, Lorito?

Y entonces, comenzó a llover.