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Gambeta

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- Hazael
La lluvia sobre el asfalto huele a algo distinto para cada quien, desde la nostalgia por los amores sin nombres, hasta la inminencia de la tragedia para quien vivió una vaguada. Para Palomo, el agua que cae sobre el asfalto huele a fútbol, a sudor mezclado con lluvia por toda la espalda, a corazón latiendo a mil por segundo, a gambeta.
Jugó en muchas canchas, pisó muchas gramas. Unas cuidadas y perfectas, donde parecía bailar en cámara lenta sobre el tapiz de una mesa de billar cada vez que dejaba atrás a un contrario. También padeció las que parecían un terreno baldío y había que tener cuidado hasta de donde patear para no fracturarse. Jugó en el Soto Rosa e inauguró el Pueblo Nuevo, se consagró en el Olímpico, pero nada como el asfalto de su calle en San Cristóbal donde nunca le adivinaron el movimiento.
Hay un millón de historias patéticas sobre futbolistas que no fueron, que se agotaron en los vicios, que se lesionaron para siempre o que fueron a parar a un club que nunca los dejó figurar. Palomo era un muy buen futbolista que pudo seguir siéndolo, pero no quiso. Algunos dicen que fue Margarita la culpable, pero quien hable con ella cinco minutos, verá cómo tantos años después aún se le iluminan los ojos cuando recuerda a su número 8 -verdadero 8-, aclara de inmediato.
Margarita, según los entendidos, tiene razón. Muy lejos del 1.70, robusto y con el mismo peinado raro que sigue usando hoy, su gambeta siempre fue indescifrable. Disfrutó como pocos el deporte. Se retiró, aunque los libros jamás lo señalen y quede en anécdota de bar, siendo el único jugador en la historia del torneo local al cual jamás le sacaron una tarjeta.
Pero Palomo no quiso. Está el niño que sueña con ser delantero, el que sueña con ser mediocampista, y según la moda, los puede haber que sueñen con ser defensas. A todos nos gusta "algo" del fútbol. A Palomo, desde niño, le gustaba gambetear. Meter goles estaba bien, correr y rasparse las rodillas también; pelear un balón, incluso mejor, todo eso era divertido, pero lo que realmente le hacía feliz era la gambeta, una buena gambeta, ese momento cuando veía la cara de sorpresa en el otro, de no terminar de entender lo que le estaba sucediendo.
Con poco más de veinte años, Palomo colgó los guayosLas botas de fútbol, conocidas también como botines, zapatillas, guayos, taquetes, tacones, chimpunes, tachones, chuteras, tacos o chuteadores (o despectivamente bolillos cuando estos se encuentran muy desgastados y deformes), son usadas por los futbolistas para practicar el fútbol, ya que son un elemento reglamentario. y fue a tocarle la puerta al viejo italiano que le cortaba el cabello cada quince días desde que llegó a Mérida, al único que lo había gambeteado. Angelo le enseñó el oficio, lo que sólo los más grandes barberos, incluído el mismo Palomo, saben hacer: que el hombre que está sentado frente a ti olvide que tiene a un desconocido sosteniendo cuchillas mientras se acerca a su cabeza. Que se abstraiga tanto que no sólo no intente defenderse o salir corriendo, sino que olvide todo eso e incluso olvide cuánto tiempo lleva en la silla.
.-Contarle una buena historia a cada persona que se sienta aquí -dice mientras sostiene la tijera en el aire y mira a través de la complicidad del espejo al primer cliente del día- es la gambeta de tu vida, si la sabes hacer.
El cliente, gambeteado, le devuelve la mirada a través del espejo -a él, no a sus tijeras- y piensa un rato en lo que le recuerda el olor de esa lluvia que cae afuera, sobre el asfalto.